16 septiembre 2006

Primer trabajo en la EICTV

Ahora mismo terminé el primer relato que tengo que entregar, lo escribí demasiado rápido (lo dejé para última hora) así que todavía hay que refinar mucho la escritura, pero bueno, ahí lo dejo para que le echeis un ojo y me comenteis todo lo que querais.
A otra cosa mariposa, Ik me alegro mucho de que te vaya tan bonito por las Holandas, lo de las bicis es increíble si, a mi me atropelló una señora con su bici por allá en Amsterdam, y muy amablemente me gritó, IDIOT YOU ARE IDIOT pero bueno, eso ya es harina de otro costal.
Por aqui todo va muy bien, no puedo contaros mucho por que se acaba el tiempo, así que os dejo con el relato, espero opiniones, criticas y lluvias de tomates por favor



EL REY, EL PRINCIPE Y LA PRINCESA
Pablo Arellano Tintó
El día en que El Rey terminó de pintar su enorme mural (el cuerpo desnudo de Inés, la niña de sus ojos), El Príncipe recibía de manos del Comandante el trofeo de campeón nacional de ajedrez.
Ese mismo día La Princesa hizo el castillo de arena más grande que unos ojos hubieran visto jamás, lástima que a la noche la marea barriera el castillo como si de una torre de naipes se tratara.
No se conocían, pero tenían algo en común, LA FELICIDAD. Eran capaces de saborear cada instante que les brindaba la vida y sacarle todo el jugo hasta dejarla seca.
Inés y El Rey hacían el amor día y noche, día y noche, y solo descansaban cuando el Rey cogía sus herramientas y comenzaba a pintar. Solo la pintaba a ella, porque no había nada más en el mundo para El Rey. Repetía una y otra vez "podría pintarte con los ojos cerrados porque conozco cada rincón de tu cuerpo de memoria". Inés reía y eso le daba toda la fuerza al Rey, él sabía que mientras siguieran juntos era capaz de cualquier cosa que se propusiera.
El Príncipe era un tipo extraordinario. Por el día jugaba al ajedrez, nunca perdió una partida en toda su vida, y por las noches cantaba tangos en los bares de la ciudad. La gente le preguntaba porqué cantaba tangos y él solo decía "el tango es la vida compadre", y así es, el tango en la boca del Príncipe era pura vida, pura delicia, alegría, vitalidad, energía, vibraciones. Cuando El Príncipe abría la boca, el tiempo se detenía. Hasta al hombre más rudo El Príncipe le hizo llorar con una de sus versiones de Gardel.
La Princesa tenía los ojos más bellos que se hayan visto en la isla. Con solo una mirada podía conseguir cualquier cosa que se propusiera. Pero ella nunca la aprovechó, ya que sus ojos solo miraban al mar. Una vez leyó que en Grecia hay tantas islas que si trataras de vivir una semana en cada una de ellas no te daría tiempo, así que ahí tenía su sueño, y cada vez que veía un barco en la lejanía, imaginaba que ese era el barco que venía a buscarla para llevarla a ese paraíso desconocido. Cuando el barco pasaba de largo, una lágrima recorría el rostro de La Princesa, y para pasar el mal trago, el sueño truncado, leía y releía su único libro. No podía ser otro, "El Principito".
El Rey estaba más feliz que de costumbre, muy animado no dejaba de parlotear con Inés, mientras trataba de plasmar un pezón de ella en el lienzo. "Tengo un sueño desde niño" decía, "Italia es mi sueño Inés, algún día iremos los dos a Florencia." Fue en ese momento cuando a Inés se le resbaló una lágrima, tenía un enorme nudo en la garganta, no sabía como decírselo al Rey. Al verlo el Rey dio una pincelada en falso. Al fin Inés sacó el valor para decírselo. Le habían concedido una beca en un colegio de médicos en EEUU y no podía dejar escapar esa oportunidad. El Rey comprendió, porque es El Rey, pero eso no le impidió salir corriendo y lanzarse al mar. Trató de ahogarse, tragó todo el agua que pudo, pero todo el mundo sabe lo complicado que es suicidarse, y mucho más de esta manera, así que no le quedó más que salir a flote y aceptar la realidad, la nueva vida que le esperaba sin Inés. Estaba en medio de un abismo.




El Príncipe acababa de terminar de cantar y mientras saboreaba un buen trago de ron, directamente de la botella, como debe ser, alguien le ofreció un auténtico puro cubano, un Montecristo nº 4. El Príncipe no aceptó, el sabía mejor que nadie que debía cuidar su garganta, pero al oír que ese era el tipo de puros que fumaba el Che se le dibujó una enorme sonrisa en la boca y agarró el puro con fuerza. Ese fue su primer puro, pero no el último. Esa noche El Príncipe se fumó dos puros más, y al día siguiente notó un picor en la garganta que nunca había sentido, no le disgustó y compró otra caja de puros. Poco a poco notó esa necesidad que te da el tabaco y el puro pasó a ser una extensión de su mano. En una mano el micrófono y en la otra el enorme Habano. Poco a poco su garganta se iba secando, pero eso no le importaba mientras pudiera seguir haciendo lo que más le gustaba, aún conseguía sacar las lágrimas de las mujeres con sus tangos deliciosos.
La Princesa tenía la cabeza más privilegiada que nunca vieron sus maestros, con tan solo 9 años hacía los poemas más deliciosos que escucharon los alumnos de la escuela. No tenía dinero para papel y lápiz, pero eso no importaba ya que escribía sus poemas en la arena de la playa, el dedo era su pluma y la arena su soporte. Cada vez que alguien se encontraba uno de los poemas de La Princesa en mitad de la playa, no podía reprimir una enorme sonrisa, o una lágrima ácida. La Princesa observaba a estos sorprendidos lectores desde unas escaleras que no conducían a nada, ya que el resto de la casa se lo llevó un ciclón años atrás. Por las noches La Princesa cantaba melodías de amor y el único instrumento que la acompañaba era el rumor de las olas.
El Rey perdió su corona con la marcha de Inés y se construyó otra de puro ron cubano, cambió el pincel por la botella y prometió no volver a tocar un lienzo. Cuando necesitaba dinero para beber se iba a la zona turística y pintaba caricaturas a aquellos viajeros que nada veían, aquellos que caminaban con prisa y lanzaban mil fotos que luego nunca verían. Días atrás paseaba con Inés por estas zonas solo para reírse de esta gente de pantalones de cuadros y sandalias con calcetines, ellos les llamaban "los japoneses" fueran de la nacionalidad que fueran. Por las noches, cuando El Rey no sabía ni en qué lugar del mundo se encontraba, El Rey paseaba por la orilla del mar cantando la misma canción, agarrado a su botella por supuesto. Ya era conocido en su barrio por estos escándalos, todas las noches de todos los días del año cantaba su canción, de tan solo dos frases, y la gente que lo veía compartía su tristeza con una palmada en el hombro.
"El destino está escrito en algún lugar del cielo" pensó El Príncipe cuando el comunicaron la terrible noticia. El humo del tabaco le había destrozado la garganta, le habían diagnosticado cierta enfermedad incurable y debía dejar tanto el tabaco como los tangos. El Príncipe se sumergió durante cinco días en una piscina de ron y humo, y cuando recuperó la consciencia tomó la determinación de cambiar de vida totalmente. La tristeza le aplastaba, así que decidió no volver a cantar ni jugar al ajedrez nunca más, pero continuó con los habanos.





Probablemente debería también abandonar su sueño, Salzburgo era su sueño, la ciudad de caramelo, de la música y del amor, el siempre quiso conocer la ciudad de Mozart, una ciudad repleta de tableros de ajedrez, pero ya estaba admitiendo que nunca lo lograría. Encontró un trabajo en una discoteca poniendo música y sirviendo copas, esto le distraía, pero aumentaba su tristeza porque le hacía recordar sus días de gloria rememorando a Gardel.

La Princesa nunca tuvo amigos, la gente se asustaba al conocerla. Esos ojos abatían a cualquiera y esa cabeza era demasiado para la gente de su alrededor. Así que La Princesa se preguntaba constantemente qué era aquello que la gente llamaba amistad. Ella solo tenía un amigo se decía, y era El Principito, aquel en el que siempre podía confiar y recurrir a él era algo tan sencillo como abrirlo y sumergirse en sus páginas.
El Rey se tambaleaba por la orilla cantando su canción. En el recuerdo solo tenía el cuerpo de Inés. La distancia mató al amor, hacía tiempo que no recibía noticias de ella y por fin llegó la carta. Inés se casaba con un gringo. Tras romper el mural de Inés, recogió algo de dinero que había conseguido esa misma tarde pintando a un "japonés", en realidad no era un japonés, sino el mismísimo Demonio disfrazado de turisa. El Rey se propuso ahogarse en el alcohol esa misma noche. Cuando estaba a punto de conseguirlo El Rey tropezó con el resto de cristales rotos que "los japoneses" dejaban allá por donde fueran. La mala suerte (o la buena suerte, aún no lo sabemos) hizo que El Rey se cortara la mano derecha, aquella con la que pintó los cuadros más increíbles que se hayan visto. El Rey se quedó dormido con el cristal incrustado en su carne, con el puño cerrado con fuerza.
Al verlo, un ángel de la guarda le recogió y le llevó al hospital, El Rey no despertó hasta el día siguiente, cuando la operación ya estaba terminada. Le habían amputado la mano derecha sin tan siquiera consultarle. El Rey lloró hasta que inundó su habitación y el agua se juntó con el llanto de la habitación vecina.
Esa misma noche El Príncipe estaba trabajando. Con un puro en la boca le servía mil copas al Diablo sin saber que estaba emborrachando al mismísimo Satanás. Cuando se disponía a poner su tema favorito de Gardel, "Garufa" el Diablo le pidió algo de reggaeton para engatusar a alguna niña menor de edad. Así de franco es el Diablo cuando está borracho. El Príncipe dejó sacar toda la rabia que tenía acumulada y empezó a insultar al Diablo. El Diablo se marchó, pero El Príncipe se tuvo que quedar ya que su jefe le llamó, empezaron a discutir, horas y horas de discusión que luego pasaron a ser puñetazos. Los clientes del bar rápidamente se pusieron del lado del jefe, que a fin de cuentas era el que les llenaba los vasos. El Príncipe recibió una paliza descomunal, y finalmente le dejaron tirado en la arena de la playa. Cuando el Príncipe abrió los ojos, unos minutos después, se encontró totalmente desubicado, y lo único que tenía al lado era un libro, "El Principito". El Príncipe se rió histéricamente, y probablemente hubiese muerto ahogado en su propia risa y sangre a menos que se hubiese detenido un coche a pocos metros que le hizo volver a la realidad.






La Princesa estaba leyendo "El Principito" cuando el coche del Diablo se paró a pocos metros de ella. Estaba tan absorta en la lectura que ni siquiera oyó el coche. El Diablo estaba totalmente borracho e indignado. No había nadie para verlo, así que El Diablo no lo dudó ni un instante. Tapó la boca de La Princesa y la arrastró de los pelos hasta que la encerró en el coche. Así es el Diablo cuando está borracho. Solo pasaron unas horas, pero a La Princesa le parecieron años o incluso siglos. El Diablo le arrancó la ropa a la Princesa e introdujo su enorme pene por el culo de la niña. Durante tres horas estuvo abusando de la pobre Princesa, durante todo este rato La Princesa no fue capaz ni tan siquiera de gritar, las lágrimas caían por su rostro mientras El Diablo la destrozaba por detrás.
Pasadas las tres horas El Diablo la volvió a dejar en el mismo sitio de donde la secuestró, la tiró por la puerta como si de un perro muerto se tratase. La Princesa estaba inconsciente y sangrando de manera brutal.
El Príncipe al verla recuperó la realidad, y pese a todas sus heridas la recogió y la llevó al hospital. La marea subió y "El Principito" ahora descansa en el fondo del mar.
El hospital era un río desbordado de lágrimas, las enfermeras resbalaban con el agua que salía por tres puertas distintas.
Así fue como El Rey, El Príncipe y La Princesa se conocieron. Naufragando en sus propias lágrimas.
Pronto se dieron cuenta de que los tres eran un reino olvidado, una misma persona en tres personas distintas. Ese mismo día los tres juraron en su interior que nunca se separarían, que nunca se dividiría su reino.
El Príncipe convenció al Rey para que ejercitara el lado izquierdo de su cuerpo, y El Rey le hizo caso, se puso un parche en el ojo derecho y se quitó su zapato derecho, y todo lo que hizo a partir de entonces fue con el lado izquierdo de su cuerpo. Pronto El Rey cogió un pincel y pintó el cuadro más bello que nunca hubiese pintado, los ojos de La Princesa.
La Princesa estuvo mucho tiempo sin hablar, días, meses o años, no lo se, aunque tardó mucho en recuperar el habla, sus acciones eran más importantes que sus palabras. Cierto día cogió la caja de puros del Príncipe, le arrancó la botella de las manos al Rey y lo arrojó todo al mar, ambos comprendieron perfectamente y le dieron un enorme beso al mismo tiempo en cada lado de la cara a la Princesa.
El Rey vendió uno de sus cuadros "zurdos" y se gastó todo lo que le dieron en cuadernos, lapiceros y libros para la Princesa.
Ese fue el día en que La Princesa decidió volver a hablar. Se levantó muy enérgica, y mirando a un barco que había en el horizonte gritó:
"LA AMISTAD SON CAMINOS QUE SE CRUZAN"

3 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Hola Pablo. Soy Mayte. Como ya sabes Alcubilla te llevará algunas cosas. Si necesitas algo más pídelo. Un beso de tía.

9:06 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

hola primooo!! soy tu prima..Maria..
estoy impresionada de lo burno que eres escribiendoo! aqui te echamos todos mucho de menos... y..
ni se te ocurra engancharte a los puros esos del che! jejejje si una senora te vuelve a hacer algo parecido con la bici..la persigues, me dices dodnde vive y la mato! por que a mi primo no lo toca nadie! que puede que yo sea la pequena pero..tengo contactos..jejejeje
por lo que veo te lo estas pasando muy bien..pues solo te digo 1 cosa..
pasatelo bomba mientras estes alli..
(consejo de prima..)
jajaj
bueno tu tranquilo ire mirando tu pagina chula cada cierto tiempo..
te quiero muchisimo..
espero verte pronto
P.D:intenta preparar los cuentos con mas tiempo..jejej

5:22 a. m.  
Anonymous Anónimo said...

hola pabliiiiito. Como estas de bien! aqui en HOuston nos acordamos de ti muchisimo y nos maravilla leer tus cosas (especialmenta a mi) por cierto soy Ana.Donde tanias guardada esa sensibilidad para contar historias? nunca dejaras de sorprenderme.Muuuuuuchos Beeeeeeesos.Ana.

8:05 p. m.  

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