Pero no se lo conteis a nadie
¡Albricias y jolgorios! Gritaba Pantunflo Zapatilla mientras celebraba una jugada espectacular del siempre increíble Miguel Porlan Chendo, ¡albricias y jolgorios! Gritaba el infeliz sin saber que a escasos metros de él, exactamente a un metro escaso su hijo mayor Zipi, (nacido doce segundos antes que el maestro Cadeñosa desaprovechase la única e irrepetible acción que le hubiese podido mandar a la fama, razón por la cual el nacimiento del estúpido Zape se vio sumido en un desolador aire de tristeza y frustración) preparaba un proyectil multienergético y electrificante que a continuación iría a introducir en el agujero negro de su pobre y fiel perro, minutos antes de que su padre le persiguiera con un matamoscas.
Alegre volaba Súper López cuando al ver al inmenso Pantunflo corriendo detrás de su hijo se distrajo lo suficiente como para permitir que el proyectil anudado al perro de los Zapatilla le golpease la parte frontal de la nariz desviando el recorrido del genial Súper López dando lugar a la catástrofe que ya, en ese momento de caos y malestar general (síndromes ambos de la falta de calcio y potasio), era un evento inevitable. Viendo Súper López su destino final a punto de cumplirse logró vislumbrar en centésimas de segundo su vida representada por maestros del teatro ñõ japonés. Sabiendo que el golpe sería fatal y con una frase resonándole constantemente en la cabeza (“¿porqué siempre me pasan a mí estas cosas?”), el polifacético López solo pudo cerrar los ojos antes de darse de bruces, en un vuelo totalmente descontrolado, con el edificio de la T.I.A. donde la siempre genial pareja de Mortadelo y Filemón trataban, no con mucho esfuerzo, de levantarle la falda a la atractiva Ofelia. Ni que decir tiene que el estrépito y la sorpresa de ver entrar a Súper López por la ventana, rompiendo ésta en mil pedazos hizo que Mortadelo sufriera un ataque de pánico provocando un genial y único descontrol provocando que nuestro amado y gloriado Mortadelo, agente ejemplar de la T.I.A., mezclara sus variopintos disfraces sin ningún control sobre ellos, quedando así con cabeza de ratón, cuerpo de lapicero y pies de codorniz. Filemón, aterrado por el funesto espectáculo, le ofreció a su compañero un orinal por sombrero, sin darse cuenta previamente que el orinal había sido usado en uno de los experimentos del Doctor Bacterio, cubriendo así la cabeza de Mortadelo con un extraño orín color frambuesa, que tranquilamente podría pertenecer a Lucky Luck en un día de resaca de una noche con demasiada Zarzaparrilla, brindando con los Dalton en una noche de locura celebrando la triste defunción del siempre amado Rantamplán. “No somos nada” fue lo último que se le oyó al simpático pulgoso de Rantamplán, quien exhalando un profundo suspiro cayó abatido en la puerta del saloon, Luck de rodillas aulló al cielo y clamó a los cuatro vientos despertando con su tremendo alarido al bardo Asuranceturix, quien, harto de los insultos que habitualmente recibe por parte de sus compañeros galos y creyendo que el grito que le despertó provenía del mismísimo Obelix en una de sus noches de parranda, se arrancó con el arpa consiguiendo unos glisendos y unos arpegios que sacarían de su tumba al genial y alabado Harpo.
Llegados a este punto, si es que alguien consiguió llegar hasta aquí, el vanagloriado lector se preguntará incesante ¿cómo puede un estúpido como el que está sentado frente a las teclas contándoles este secreto de Estado conocer con tanto detalle dicho secreto de Estado? La respuesta seguramente decepcione a más de uno pero llegados a este punto no puedo hacer otra cosa que esclarecer los motivos de mi conocimiento en cuanto al caso que nos ocupa, el día 31 de diciembre, sentado frente al mar jamaiquino, los hermanos Hernández y Fernández, borrachos y tambaleantes se me acercaron y me contaron al oído todo cuanto ahora yo pongo a la luz, porque estás cosas deben saberse, Súper López no murió en vano, que al menos les sirva de lección a los niños que como Zipi siguen jugando con fuego.
Una vez dicho lo dicho, y nunca desvelaré lo que me guardo, solo puedo felicitarles el año y desearles buenas truncias a aquellos que lo deseen.
Alegre volaba Súper López cuando al ver al inmenso Pantunflo corriendo detrás de su hijo se distrajo lo suficiente como para permitir que el proyectil anudado al perro de los Zapatilla le golpease la parte frontal de la nariz desviando el recorrido del genial Súper López dando lugar a la catástrofe que ya, en ese momento de caos y malestar general (síndromes ambos de la falta de calcio y potasio), era un evento inevitable. Viendo Súper López su destino final a punto de cumplirse logró vislumbrar en centésimas de segundo su vida representada por maestros del teatro ñõ japonés. Sabiendo que el golpe sería fatal y con una frase resonándole constantemente en la cabeza (“¿porqué siempre me pasan a mí estas cosas?”), el polifacético López solo pudo cerrar los ojos antes de darse de bruces, en un vuelo totalmente descontrolado, con el edificio de la T.I.A. donde la siempre genial pareja de Mortadelo y Filemón trataban, no con mucho esfuerzo, de levantarle la falda a la atractiva Ofelia. Ni que decir tiene que el estrépito y la sorpresa de ver entrar a Súper López por la ventana, rompiendo ésta en mil pedazos hizo que Mortadelo sufriera un ataque de pánico provocando un genial y único descontrol provocando que nuestro amado y gloriado Mortadelo, agente ejemplar de la T.I.A., mezclara sus variopintos disfraces sin ningún control sobre ellos, quedando así con cabeza de ratón, cuerpo de lapicero y pies de codorniz. Filemón, aterrado por el funesto espectáculo, le ofreció a su compañero un orinal por sombrero, sin darse cuenta previamente que el orinal había sido usado en uno de los experimentos del Doctor Bacterio, cubriendo así la cabeza de Mortadelo con un extraño orín color frambuesa, que tranquilamente podría pertenecer a Lucky Luck en un día de resaca de una noche con demasiada Zarzaparrilla, brindando con los Dalton en una noche de locura celebrando la triste defunción del siempre amado Rantamplán. “No somos nada” fue lo último que se le oyó al simpático pulgoso de Rantamplán, quien exhalando un profundo suspiro cayó abatido en la puerta del saloon, Luck de rodillas aulló al cielo y clamó a los cuatro vientos despertando con su tremendo alarido al bardo Asuranceturix, quien, harto de los insultos que habitualmente recibe por parte de sus compañeros galos y creyendo que el grito que le despertó provenía del mismísimo Obelix en una de sus noches de parranda, se arrancó con el arpa consiguiendo unos glisendos y unos arpegios que sacarían de su tumba al genial y alabado Harpo.
Llegados a este punto, si es que alguien consiguió llegar hasta aquí, el vanagloriado lector se preguntará incesante ¿cómo puede un estúpido como el que está sentado frente a las teclas contándoles este secreto de Estado conocer con tanto detalle dicho secreto de Estado? La respuesta seguramente decepcione a más de uno pero llegados a este punto no puedo hacer otra cosa que esclarecer los motivos de mi conocimiento en cuanto al caso que nos ocupa, el día 31 de diciembre, sentado frente al mar jamaiquino, los hermanos Hernández y Fernández, borrachos y tambaleantes se me acercaron y me contaron al oído todo cuanto ahora yo pongo a la luz, porque estás cosas deben saberse, Súper López no murió en vano, que al menos les sirva de lección a los niños que como Zipi siguen jugando con fuego.
Una vez dicho lo dicho, y nunca desvelaré lo que me guardo, solo puedo felicitarles el año y desearles buenas truncias a aquellos que lo deseen.